Si la envidia fuera tiña…

Mucha gente, ante la persistencia en la memoria de los efectos de la campaña Barcelona, posa’t guapa, tiende a atribuir su eficacia a su permanencia en el tiempo gracias a su vocación de unanimidad, a su posición transversal bajo el paraguas de la alcaldía, al interés de los ciudadanos por afianzar sus señales de identidad y su orgullo de ciudad, o a las virtudes de que todo lo bueno que iba sucediendo se amparase bajo una marca que sin duda se reconocía como positiva por todos los medios de comunicación.

En esos medios, los reconocidos como cronistas de la ciudad, oficiales o no , tenían un papel muy relevante. Fue Andrés-Avelino Artís, Sempronio quien en una de las habituales reuniones del Concejal Serra Martí con la prensa para que nos dijeran lo que había que mejorar nos dijo: “Aquesta campanya triomfarà segur per l’enveja” (Esta campaña triunfará seguro por la envidia). En aquellos momentos no acabamos de entender lo que nos quería decir.

Luego, el tiempo le fue dando la razón.

Guillermina Puig. La Vanguardia.

En aquella Barcelona gris de los años 80 del siglo XX, que hallaba su único consuelo en la “patina del tiempo”, y que Félix de Azúa comparaba con el hundimiento del Titanic, una fachada rescatada de la suciedad y el deterioro se hacía notar y resplandecía como un tesoro. La vecindad, envidiosa, no tardaba en pensar que por razones de emular la belleza del vecino -pero también por la necesidad de conservar su patrimonio-, era preciso hacer algo. Y en este sentido el mensaje del Ayuntamiento era inequívoco: “Hazlo, y te ayudamos”.

Durante años, incluso al inicio del mandato de Pasqual Maragall, persistían unas tasas municipales que tenia que pagar todo aquel que pretendiese pintar su fachada, obstaculizando muchos anhelos.

El planteamiento de la Campaña no solo incluía el pago de unas pequeñas cantidades, en función de la calidad de la intervención, a los que se animaban a iniciar unas obras de restauración, sino que se añadía un informe técnico gratuito no vinculante y una gestión con una agilidad administrativa y un trato personal hasta entonces desconocidos. Conviene no olvidar que en la etapa de Barcelona, posa’t guapa, por cada euro de ayuda municipal concedida se generaron 10,69 euros de inversión privada.

Por envidia o no, el caso es que, según el informe presentado en el Congreso de CIDEU en Santiago de Chile, en 2018, el 40% de los edificios de viviendas de Barcelona fueron objeto de, al menos, una obra de rehabilitación. A lo largo de los años, cerca de 700.000 personas participaron oficialmente en este proyecto haciéndolo suyo. Haciendo suya una campaña que no consistía en una simple venta de imagen como el espléndido I love NY de Milton Glaser, sino que gestionaba la obtención de un producto ligado a la rehabilitación de la ciudad, a su sostenibilidad y accesibilidad.

Tal cantidad de obras, además de estimular un sector de empleo hasta entonces prácticamente inexistente, implicaban a una enorme cantidad de ciudadanos y animaban a las empresas a hacer patente su solidaridad con sus clientes, aportando patrocinios o colaboraciones en diversos campos.

Hoy, nuestro recuerdo a Sempronio, nos permite evocar la memoria de tantos otros que como Josep Maria Huertas Clavería, Lluís Permanyer, María Favà, María Eugenia Ibáñez o Juan Pedro Yániz, fueron fundamentales para dar vida a este proyecto.

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