De cuando el paisaje urbano salió del cajón del olvido

Cuando a Pasqual Maragall se le ocurrió que el paisaje urbano podría ser un excelente trampolín para dar salida a su ideas de participación ciudadana y colaboración con el sector privado, en el sector de Urbanismo del Ayuntamiento de Barcelona se encendieron todas las alarmas. “Eso es un tema de arquitectos. Nos corresponde a nosotros el diseño del espacio público y la protección del patrimonio. Vamos a mejorar el centro histórico ¡Faltaría más!”

El hecho de que el alcalde que sería olímpico acogiera bajo su directa dependencia un Comisionado del Paisaje Urbano tapó muchas bocas. Se trataba de una campaña temporal llamada inicialmente “Campanya per a la protecció i millora del paisatge urbà”. Afortunadamente no tardó mucho en darse a conocer como “Barcelona, posa’t guapa”, y el nuevo comisionado, inspirado en el anterior Comisionado de Limpieza, se dotó con personal administrativo y técnico gracias a convenios de colaboración con el sector privado.

Pero a la postre, lo que resultó más importante para la necesaria continuidad de las estructuras que se iban creando, ajenas a los tics burocráticos del Ayuntamiento de aquellos tiempos, fue el pacto secreto al que llegaron el Alcalde y el Comisionado: El proyecto sólo seguiría adelante mientras sus iniciativas, elevadas al Consejo Pleno del Ayuntamiento, fueran aprobadas por unanimidad, sin ningún voto en contra o abstención.

Y así fue. Todos y cada uno de los programas que se fueron activando, los de fachadas y medianeras, pero también los de programas vinculados con la sanidad, con la cultura, con la sostenibilidad o con la accesibilidad, fueron aprobados por unanimidad. La conversión del Comisionado del Alcalde en Comisionado del Ayuntamiento, la creación de la Agencia del Paisaje Urbano, e incluso la constitución del Instituto del Paisaje Urbano y la Calidad de Vida y su correspondiente Ordenanza de los usos del paisaje urbano, también fueron aprobadas por unanimidad.

Puede parecer raro, en los tiempos que vivimos, que el nuevo órgano fuese capaz de manejarse con el consenso de todos los partidos. La clave estuvo en que todos ellos tuvieron su protagonismo en las mejoras ciudadanas que se iban obteniendo, y a todos los medios de comunicación se les implicó en la campaña, independientemente de su adscripción ideológica más o menos afín al gobierno municipal.

Ahora, cuando muchos construyen su proyecto político a la contra de lo que los demás defienden y proponen, parece difícil pensar en una propuesta de servicio a la gente, a toda la gente –“La ciutat és la gent”-, que ponga de acuerdo a las distintas opciones en disputa.

Aquellos órganos transversales (Comisionado, Agencia, Instituto), que bajo la dependencia del Alcalde eran capaces de ir sumando voluntades con los ciudadanos, con los patrocinadores y con diferentes colaboradores, hace ya tiempo que volvieron a situarse bajo el yugo de Urbanismo.

La marca que amparaba una voluntad colectiva de ir mejorando aspectos del paisaje de forma creativa y colaborativa, como ya hemos apuntado en otras entradas, ha desaparecido. A día de hoy cada área municipal, en función de los recursos públicos disponibles, va haciendo lo que puede para mejorar el paisaje en su terreno, territorial o sectorial. Lo que se hace queda limitado a los recursos municipales y a los distintos talentos burocráticos, pero no suma. La unanimidad, por supuesto, ha dejado de ser necesaria.

Aún gracias que el 14 de abril de 2008 el Ayuntamiento decidió, por unanimidad, dar la medalla de Oro de la Ciudad a Pasqual Maragall.

El Periódico. 1 de julio de 2018.

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