Seres urbanos, con derecho a la belleza

Uno de los primeros anuncios de “Barcelona, posa’t guapa” en televisión fue el de una chica joven, que representaba a Barcelona, retocando su cara para ser aún más guapa. Tenéis el enlace unas entradas más atrás. Ni que decir tiene que el anuncio despertó numerosas quejas de aquellos que entendían que la mejora del paisaje urbano de la ciudad tenía que ver con algo más profundo que una mejora estética entendida como maquillaje.

El anuncio, que ahora podríamos catalogar como future funk con un punto cis-hetero-patriarcal, se enmarcaba como “tractament de bellesa” (tratamiento de belleza), lo que aún parecía levantar más ampollas.

Afortunadamente, junto a las críticas, aparecieron pronto los elogios. El primero fue el del arquitecto y urbanista, Oriol Bohigas, creador, conjuntamente con José Antonio Acebillo, del modelo de la nueva Barcelona que surgió de la oportunidad olímpica. En medio de la polémica declaró: “Hay algunos demagogos que piensan que antes de ponerse guapa, una ciudad se ha de hacer confortable, rica, socialmente equilibrada, políticamente democrática. Deben tener razón si piensan que la vida colectiva, para que sea confortable, rica, socialmente equilibrada y democrática, puede hacerse y rehacerse sin el adecuado marco del espacio público, el espacio real en el cual se desarrolla». En los años siguientes el sociólogo barcelonés Jordi Borja hizo suyo el discurso del derecho a la belleza de las ciudades: “La estética del espacio público es la ética”.

Y Barcelona siguió poniéndose guapa, poco a poco, acumulando mejoras diversas en la totalidad de sus barrios.

El derecho a la belleza, que “Barcelona. posa’t guapa” reivindicaba ya en 1985, forma parte ahora de los derechos humanos. Estamos al final de un largo camino que ha ido evolucionando asertivamente.

  • Recordamos que entre los principios de la Carta de Atenas, aprobada en el IV Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) celebrado a bordo del Patris II en el año 1933, figuraba ya el derecho irrenunciable a la belleza urbana como Le Corbusier se encargó de divulgar.
  • Ya en diciembre de 1962 la UNESCO reconoció el derecho a la belleza y emitió una recomendación a favor de reconocer la belleza, natural o urbana, como un derecho a ser protegido de las acciones destructivas del hombre.
  • La Carta Europea de Salvaguarda de los Derechos Humanos en la ciudad (Saint-Denis, 2000), la Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad (2005), la Declaración Universal de los Derechos Humanos Emergentes (2007), entre otras, contienen legislación en la que se contempla este derecho a la belleza y se protege la calidad estética de los espacios.

Entre los autores que se plantean la belleza como un elemento indispensable de la rehabilitación de las ciudades son frecuentes las convergencias ideológicas. Ahí están el diseñador austríaco Stefan Sagmeister, el arquitecto argentino Jorge Mario Jáuregui, el ya mencionado Jordi Borja y hasta el filósofo francés Lefebvre, quien concibe la insurrección estética como un acto de urbanidad cotidiano.

Al final del camino, todo urbanita debe reconocer que la belleza urbana es un valor y es totalmente legítimo hablar de un derecho a defender el valor de esa belleza. Cuando se habla de un derecho a la belleza, se pide recuperar en justicia el derecho de todo ciudadano al bien vivir con la calidad de vida que merece todo aquel que aspira a estar orgulloso de su barrio y pretende recuperar el sentido originario del habitar en sus calles, plazas y parques como punto de encuentro, con una mejor calidad de vida, sin ruidos ni contaminación.

Favela da Magueira. Jorge Mario Jáurequi, en Plataforma Urbana.

La belleza urbana es una aspiración que facilita el camino hacia una sociedad más justa, en mejores condiciones sanitarias de salud, bienestar y sostenibilidad. La belleza, en conclusión, constituye un elemento básico para una sociedad civil fuerte y participativa. Pero también más que eso. Es un marco en el que se inserta el espíritu de una comunidad determinada, el escenario en el que la gente se relaciona y se conecta compartiendo sus afiliaciones y emociones personales y comunitarias. La belleza es, en última instancia, un concepto democrático que nos define personal y urbanamente, al que todos podemos contribuir y que constituye nuestra propia esencia como seres urbanos.

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