El nuevo concepto del paisaje urbano se basa en su gestión y huye así, y supera, las simplificaciones que lo reducen a la plantación de árboles en la ciudad o al diseño de plazas de bella factura.
Desde este enfoque de gestión de uso, el paisaje urbano debe considerarse como un bien colectivo que incluye el espacio público y también todos aquellos elementos de propiedad o de uso privado que forman parte de un entorno accesible para todos los ciudadanos, visitantes o turistas, ya sea haciendo uso del mismo de forma presencial o a través de cualquiera de los sentidos. En otras palabras: el espacio público no se acaba en lo que es público. El espacio privado, en la parte que es susceptible de disfrute colectivo, amplia el espacio público. Ambos confluyen en el nuevo concepto del paisaje urbano. Un concepto que insiste en la importancia de la gestión del uso de este bien colectivo.
La primera iniciativa municipal en este sentido que se realizó en el mundo urbano tuvo lugar en Barcelona en tiempos del alcalde Pasqual Maragall. Él mismo definió de su puño y letra el concepto en 1985: “Cuando uno se levanta, después de haber dormido mejor o peor, y se aventura en las calles camino de su ocio o de su trabajo, las fachadas que mira, las vea o no, las medianeras, los terrados, la publicidad, los bancos, los pavimentos, los semáforos, las farolas, las persianas, los toldos, las banderolas, los aires condicionados, las antenas… todo eso forma parte del paisaje urbano. El riesgo de que te caiga encima un balcón mal mantenido o que la contaminación ensucie tus pulmones o el ruido destroce tus nervios, también forma parte indudable del paisaje urbano. En el mejor de los casos, cómo no, también los árboles, los jardines, públicos o privados, las macetas en flor, los trinos de los pájaros, todo aquello en fin que, desperdigado por la ciudad, tenga un valor de uso colectivo, independientemente de que la propiedad sea pública o privada, todo eso es lo que debe entenderse como paisaje urbano.»
La gestión de ese concepto se puso en marcha mediante una campaña del paisaje urbano: «Barcelona, posa’t guapa» que en sus inicios coincidió con la preparación de Barcelona para acoger los JJ.OO de 1992.