El algoritmo del paisaje urbano

Las elecciones locales de mayo de 2023 en España están a la vuelta de la esquina.

Como en muchos otros, en el caso del Ayuntamiento de Barcelona candidatos y plataformas electorales tratarán de construir mensajes que lleguen y seduzcan al electorado. Una primera tentación para los que no gobiernan consiste en argumentar a la contra de lo que se ha hecho. Pero antes de diseñar una campaña es preciso saber de dónde venimos y cómo estamos en la actualidad, para poder definir así objetivos que sean razonables, realizables y participativos.

En el caso concreto del preciado bien colectivo conocido por el nombre de paisaje urbano, convendría que algún que otro aspirate reconociera el valor del algoritmo del paisaje urbano como uno de aquellos objetivos que pudiera formar parte de cualquiera de los programas, sea cual sea su signo ideológico.

Como quizás ya saben, un algoritmo es una sucesión finita de operaciones que se realizan en un orden preciso para dar respuesta o solución a un problema. Francamente, no encontramos una definición mejor de lo que fue en su tiempo la campaña Barcelona, posa’t guapa.

Con el tiempo, esta campaña ha quedado como un referente global de lo bueno que le pasó a la ciudad, gracias a la movilización de los ciudadanos en los tiempos de Pasqual Maragall, mientras que en una visión simplista haya podido quedar como una simple referencia de la recuperación arquitectónica de la piel de la ciudad.

Sin embargo, la aprobación en 1999 de la Ordenanza de los usos paisaje urbano, todavía hoy vigente sin apenas retoques, le dio a su órgano gestor de entonces, el Instituto Municipal del Paisaje Urbano y la Calidad de Vida (IMPUQV), impulsado por Teresa Sandoval, un instrumento jurídico adecuado para el pacto público-privado en la mejora del uso del paisaje urbano. Un refuerzo de la capacidad de trabajar de forma transversal, haciendo que fueran posibles desde papeleras patrocinadas, pasando por áreas de juego infantiles, recuperación de las fuentes de la ciudad, rutas culturales que posibilitaron la recuperación de muchos edificios modernistas -como la Ruta del Modernismo-, recuperación de monumentos icónicos, intervenciones en mercados o campañas participativas en barrios y distritos.

Esa capacidad, al amparo de la consigna que definía las acciones como un proyecto colectivo, se perdió cuando en 2015 el gobierno de Xavier Trias eliminó el uso de la palabra guapa, y se sometió el IMPUQV al ámbito de Urbanismo, cometiendo desde nuestro modesto punto de vista un grave error.

Es cierto que en 2016, ya bajo el mandato de Ada Colau, y con el arquitecto Daniel Mòdol como responsable del IMPUQV, ante la necesidad de la fuerza que aporta una buena marca, se anunció la puesta en marcha de una nueva campaña Barcelona, posa’t estupenda , pero la cosa no pasó de una broma. Como dijo el bachiller Sanson Carrasco en la segunda parte de El Quijote, “nunca segundas partes fueron buenas”, sobre todo porque a nadie se le ocurrió recuperar el carácter transversal del proyecto.

Así, no es de extrañar que en marzo de 2022 naciera una plataforma ciudadana bajo el nombre Barcelona, posa’t guapa, que asegura que la imagen de Barcelona se ha degradado desde la llegada de Ada Colau a la alcaldía.

Es lamentable que alguien se haya apropiado de este nombre para dividir y movilizarse en contra de la máxima representación de los ciudadanos de Barcelona, pues ello significa que no han entendido lo que en su día significó la campaña Barcelona, posa’t guapa como símbolo de la unión de todos para conseguir unos objetivos comunes. Un proyecto compartido, apoyado en la masiva participación de la gente que se hizo suyo el proyecto.

El mérito fue de todos y nadie se puso nunca la medalla de lo hecho, aunque en 1992 el Comissionat pel Paisatge Urbá, recibiera una de las llamadas “Barcelona 92” que el Ayuntamiento entregó en la sala Oval del MNAC a las más importantes realizaciones de la época preolímpica.

¿Hay alguien dispuesto a recuperar el algoritmo del paisaje urbano?

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